sábado, 16 de noviembre de 2013

Recuerdos.

 
 

Siempre es más fácil compaginar la imaginación con el recuerdo y, además, nadie vuelve del pasado a pedir cuentas por la inexactitud de lo narrado: no hay palabras que puedan alterar el reposo de los muertos, y tampoco quería yo contar lo que pudiera pertenecer a su secreto más intimo, porque seria difícil que lo supiese. En tal caso, ese secreto seria inventado y, al serlo, el propio muerto estaría más cerca de la fabulación que de la realidad y hasta su mismo nombre ya no sería tan suyo como el grabado en el mármol o la piedra de su sepultura.

 

Luís Mateo Díez. El Reino de Celama


Mañana la nieve en Calamocha también será un recuerdo, llegará tal vez el frio. Hoy, María José se ha levantado y al asomarse a la ventana, ha visto el Ajutar nevado, la mejor tierra del mundo,  huérfana de clima.

Tan atenta como siempre ha hecho la fotografía que a mi me hubiera gustado hacer y nos la ha enviado para que yo una vez más recuerde y les cuente, aquello que ya contaban nuestros padres, "de crio si que nevaba, hasta mas allá de las pantorrillas, de las rodillas para arriba cada dos por tres, aquello si que era nevar". Cuanto más mayores más exageramos, no tenemos medida.

Muchísimas gracias, sigo buscando ofertas de cara al artista que tienes en casa. Confió en que alguien desde Torrijo, haya hecho lo mismo que tu y te haya enviado una foto, de los paisajes con los que te despertabas en la niñez.

Recuerdos a la familia.

PD Por cierto, en la foto de arriba, están los de Torrijo, cuando bajaban en San Roque al Barrio, detrás veras las Escuelas Viejas y la Iglesia, ni siquiera estaban construidas las Casas de los Maestros.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Así en la tierra, como en el cielo....

Para mi abuela, sinvergüenza más grande que hubiera traído madre al mundo, probablemente, no lo hubo, ni lo habrá jamás. Dicho esta todo entonces.
 
 Y  todo, poco más o menos por que un buen día se encontraron y aquel buen hombre dijo, que él, lo de mi abuela, lo arreglaba, literalmente, de la siguiente forma: “usted, lo que necesita, como todos los de su especie, es un par de hostias bien dadas, para que se ponga a lo suyo, que es trabajar y callar”.  Mi abuela se entiende, cuando menos algo sorprendida, educadamente contesto: “Usted lo que necesita es una buena patada en los cojones.  Hoy no puedo, mañana tal vez sí. Se cambie de acera cuando me vea”.
 
Y así fue desde aquel día, hasta el último. Cosas de esas que pasan aun sin querer y para las cuales ya nunca hay vuelta atrás. A pesar de que se diga, que no hay mal que cien años dure.

Mi abuela no llego a darle una patada en los cataplines como le hubiera gustado,  y mil veces pensó, qué le vamos hacer, del dicho al hecho hay un gran camino y el tiempo, al fin y al cabo, todo lo cura y le dio  razón. Con eso vino a conformarse.


Sin embargo, tenía que pasar lo inevitable, años, muchísimos años después, un buen día, el pueblo  perdió a uno de sus pilares, en concreto aquel buen hombre murió.


La amistad, por otro lado enorme, con el resto de la familia. “pobres, que culpa tendrán ellos, si ya con aguantarlo tienen bastante” y por encima de todo la cortesía que obliga en pueblos pequeños, en tales casos,  amén del placer que supone enterrar a quien ni fu ni fa, a uno le da casi lo mismo, si vive como si no,  hizo que mi abuela, fuese al entierro.
 

Acabado el mismo, la misa, en aquellos lejanos años, las mujeres no subían  al Campo Santo si no que acompañan a las señoras de la familia del muerto a casa, unas pastas, una copa de anís, y aquí paz y después gloria, tanta paz se lleve como deje, debía pensar mi abuela, aunque lo disimularía magistralmente.
 
 Y de allí con la satisfacción del deber cumplido, y vencido después de tantos y tantos años, ella volvería a casa, mientras  los hombres seguían el cajón hasta la tumba.
 
Se cumplimentaba el último pésame por parte de los hombres a las puertas del cementerio, donde ya todos somos iguales y cada uno a su casa y Dios en la de todos.
 
Fin.
 
 

 Aún se recuerda en casa, como ejemplo de humildad, de que no siempre se puede o se sabe elegir,  de esa gran verdad que dice que no hay ni vencedores ni vencidos, de que por mucho que creas tenerlo todo atado y bien atado, siempre se escapa algo, y de tantas y tantas otras cosas… el último disgusto, que aquel buen hombre, Mio Cid,  de manera involuntaria y ya muerto le dio a mi abuela.
 
Así, al llegar mi abuelo a casa, a él, ya después de tanto tiempo le  unía una estrecha amistad con el Señor Muerto en cuestión, olvidando lo pasado, que todo en esta vida depende del cristal con que se mire, como digo, al llegar del cementerio, mi abuela a escape, corrió a preguntar con cierto retintín, ¿Qué, ya le habéis dado tierra, al señorito, ha protestao, se ha quejao de algo…?. 
 
A mi abuelo, siempre con la sonrisa en la boca, dibujada esta por el cigarro, no le quedaba otra, que terminar la historia del mejor modo posible, el desastre se avecinaba, nunca mejor dicho, así que sin darle más importancia contesto:
 
Si maña, si, por eso no padezcas, allí se ha quedao, y habría de ser el primero que volviese, así que tranquila, pero no le hemos dao tierra, no ha hecho falta, se ve que no tenia perras para enterrarse en tierra con los suyos, y lo han metido en un nicho al lado de los pobres. Y terminó: Hasta después de muerto va a estar dando pol saco a más de uno.
 
Esa socarronería torrijana que aderezaba la respuesta, no paso desapercibida para mi abuela quien enseguida entendió el mensaje de principio a fin y pidió explicaciones. Y mi abuelo, por la cuenta que le traia, hubo de explicarse:
 
Coño que por qué lo digo, ahora te darás cuenta, ¿te acuerdas tu maña?, del último día que lo vimos, hace ya unos meses, cuando ya se decía que estaba en las ultimas, y nos sorprendió a todos verlo tan pito, te acuerdas, maña, cuando fuimos al Ayuntamiento a comprar los nichos, que él salía y nos saludo como si fuéramos familia, y que es más te casco dos besos que casi te deja preñada.

Cuando en aquella casa se escuchaba el silencio, mal asunto, mi abuela tardo en reaccionar temiéndose lo peor y dijo: Vamos hombre, no me jodas, pero qué me dices,… qué había ido a comprar el nicho.


 A pared, maña, estamos o estaremos como aquel que dice a pared, lo vamos a tener de vecino al amigo para el resto de nuestros días…. vecinos pa siempre maña, pa ti una tragedia y para muchos también…. Una calamidad, un desastre. Alli mismico de donde un dia estaremos nosotros enterrados, lo hemos dejao, vete preparando, bien nos lo vamos a pasar.

A mi ver, los dos compramos los nichos el mismo día y casi somos linderos, cosas que pasan, tu no te apures. Ya me moriré yo antes, ya te hare ese favor, y  me metes a enterrar en la pared más cercana a él…  más lejos no te podre dejar, a buen sitio hemos ido a parar, ya nadie querría ahora nuestros nichos ni regalaos … Menuda compra, tiene cojones la cosa, no haber preguntado por los vecinos, algo que va a ser ya para toda la vida. No nos volverá a pasar.
 
Eso sí maña, con él, somos amigos después de todo, pero no tontos, así que  no te olvides. Entiérrame con la hoz aquella que nunca sirvió para nada, porque un día u otro, habré de cortarle el cuello, no me pongas crucifijos ni rosarios ni costodias en las manos, ponme la hoz, sin zoqueta, que no me he de cortar, y si mi corto, a buen seguro no sangrare.
 
Redios que putada mas grande, vamos hombre, no me jodas, la culpa es tuya, aseguraba mi abuela,  como no caiste aquel día, pero que tontos fuimos la virgen,  redios no caer en la cuenta y  preguntar por los vecinos, que íbamos a tener, algo que ya es para siempre, y no preocuparnos, toda vida jodiendonos y ahora nos va a dar pol saco pa siempre. Mecaguen la puta de oros…
 
Concluyo mi abuela su letania, camino ya de la cuadra de las vacas, para buscar y subir a la cómoda de su habitación la hoz favorita de mi abuelo, aquella roñosa morisca que nunca tuvo utilidad alguna, “la trajo mi pobre padre de Cuba, o fue mi abuelo de África, o me la encontré en el Rincón en aquellos días….”
 
Años más tarde un día de mayo, tal vez, la metería en el cajón de mi abuelo, el caso es que ya no se volvió a ver por casa, asi, nada más que Lúcia con aquel Land Rover negro y amarillo bajo la costera del Barrio al ponerse el sol por Santa Bárbara y entró el ataúd en casa. Mi abuela dijo: 
 
“Dejarme un momento sola con él.”
 
De los Años de la Cazalla. Ni vencedores ni vencidos.