miércoles, 24 de abril de 2013

Sí, sí, ya hablaremos...

 
 


21 de marzo de 1918.

 

En este país tenemos una costumbre muy curiosa. Cuando nos encontramos, en la calle, no tenemos, apenas, nada que decirnos. Pero, una vez despedidos y dados siete u ocho pasos, se nos ocurren de repente una serie de cosas urgentes que decir a la persona que hemos dejado hace un momento. Entonces la interpelamos a grandes gritos, alzando considerablemente la voz, braceando aparatosamente. El otro nos contesta, claro es, gritando y braceando con el mismo ímpetu. Como mientras tanto vamos caminando y la separación de nuestro interlocutor, va aumentando, la conversación se convierte en un guirigay terrible. Al final, la distancia se hace tan larga que prácticamente es imposible oír nada. Entonces uno dice, haciendo un gran esfuerzo:

 

- Bueno, ya hablaremos...

- Sí, sí, ya hablaremos...

 

Y, cuando nos volvemos a encontrar, no tenemos nada que decirnos.

 

El Cuaderno Gris. Josep Pla

miércoles, 10 de abril de 2013

Volver a empezar.

Si te digo la verdad, aquel día pensé morir. La noche de antes, dormí en el rellano de las escaleras, allí medio caí, y allí me recosté.

Ni me había encendido la tele en todo el día. Estaba en las ultimicas del todo, allí dormí. De haber sido invierno, de frio me habría muerto, no me habría enterado de nada, ni importado, casi, como aquel que dice, hubiera sido lo mejor.
No pude subir a la cama, no había fuerzas para nada, ni aun para pedir ayuda, tampoco la necesitaba, mejor solo, de todas formas para qué.

A ratos cerraba los ojos, caía dormido y al rato me despertaba pensando en ver a San Pedro. Y a todos los que se han ido al cielo delante de mí.
Nada me dolía, pero, como te digo,  no me quedaban fuerzas, años y muchos es lo que uno tenía y aun tiene. Y esto, es una cadena donde vamos unos detrás de otros. Cuando uno ha visto morir a tantos, ya sabe, que un día, le tocara a él.

Pero se ve que no era ni mi día ni mi hora. No hay que darle más vueltas.
Así a la mañana siguiente, al hacerse de día y ver la luz, aun sentí el gallo cantar, y las cuatro gallinas que tengo por el corral armar jaleo. Abrí los ojos, y pensé, pues aquí estoy, otro día más. Otro, el último, no puede ser ya que uno dure mucho,…
Conque me baje del rellano del ramo de las escaleras al patio, cuatro pasos mal contaos, a la cama para qué iba a subir si de pronto me encontraba muchísmo bien, había dormido mejor que nunca…

Abrí la puerta de la calle, retire la cortina para ver el sol y me senté a esperar, ya no podía ni con la boina, no tenía ninguna faena, sólo esperar a caer rendido, muerto otra vez.
A lo que el Barrio se despertó y pasaron a verme, enseguidica me notaron que la cosa no iba bien y a escape hube de contar lo que había pasado, pero aun paicia que echaba el mal pelo fuera y dejamos lo del médico para por si acaso más adelante.
Pero conforme avanzaba el día, ya no podía engañar a nadie, el peón se jodia a escape, así que llamaron y llego el médico y dijo, “a Teruel”, y en aquel momento me hizo un desgraciao.

Lo último que uno quiere oír estando así, es que le digan, “a Teruel”, uno, cuando sabe que sus días se han acabado, solo quiere una cosa, morir en su casa, que se lo ha ganado uno, o eso cree uno.

Aún no sé cómo no me morí al sentir la receta de Don Pedro “subir a Teruel”. De haber podido, le habría dado una paliza como a un macho, es lo que se merecía aquel buen hombre.
Tu padre saco el auto de lo de Miércoles y lo acerco a la puerta de casa, yo entre unas cosas y otras no tuve cojones ni aun para subirme solo, entre unos y otros me metieron en el auto, de todos me despedí sabiendo que no los volvería a ver.

A la parte de delante me sentaron y salimos hacia el Rabal, por dirección prohibida, pero ya solo faltaba eso, que a los del Barrio no dijesen por donde hemos de tirar en esta vida.
Conforme arranco el auto y echamos a movernos, sólo pensaba en una cosa, en mi mala estrella, en la mala suerte de irme a morir a Teruel, lejos de mi casa, el Barrio y Calamocha.
Salimos por la esquina, la de Inocencio, y enderezamos para arriba, cara lo de Zarrabainas, la cooperativa, los pajares y las eras, se me habían acabado ya las trillas, la casa de tu tío y mi hermana, el Silo vacio, el Matadero pardina, y en pasar el puente la vía ya casi era de noche, los campos ya ni se veían…
No sé cuanto rato paso, ni donde estábamos, ninguno de los tres hablaba, todos sabíamos a lo que íbamos, así que no sé cuándo ni dónde, no pude más y llorando les dije, al ir a cruzar el puente seria:

 
Perdonar maños que nos os dé conversación con lo que a mí me ha gustado siempre hablar, pero ya sabéis lo que pasa, a mí, como a todos, me hubiera gustado morirme en mi casa y no en Teruel.

Como sé, que la próxima vez que cruce el puente la vía ya nada seré, me he ido despidiendo de todo lo que ha sido mi vida, ya nunca lo volveré a ver Calamocha.
 
Como él bien decía, al tiempo que todo esto me contaba un año después de ocurrido:

Yo como todos, me he de morir, pero a mi ver, ni había llegado mi hora, ni mi día, al volver de Teruel y cruzar el puente de la via en sentido contrario, entrando a Calamocha sentí como si por fin llegase al cielo, la mayor de las emociones:

“Hay que ver lo que se alegra uno cuando baja de Teruel y ve el puente la vía y Calamocha al fondo, parece la entrada al paraíso, el cielo mismo,  no hay nada más bonito, lo que hicieron conmigo los médicos fue un milagro, pude volver al pueblo…”.

 
Su día, su hora, llegaría un par de años más tarde, como él quería, en su casa.
De los Años de la Cazalla. Subir a Teruel para ir al médico, para no volver. El puente la vía. Sin duda alguna el más famoso de la villa.